(Referencia del Seminario 6 de Jacques Lacan, El deseo y su interpretación)
Bárbara Gallastegui*
Nos remitimos al artículo de Freud de 1915, “Pulsiones y destinos de pulsión” para enlazarlo con la lección XXV del Seminario 6 de Lacan El deseo y su interpretación en un empeño por ubicar sus posibles conexiones con la teoría de Melanie Klein respecto a la problemática de las relaciones de objeto.
Freud comienza dicho artículo intentando cernir el concepto de pulsión, describiendo sus caracteres principales y los de los factores que la constituyen (esfuerzo, meta, objeto y fuente de la pulsión). Se sirve, así mismo, de la distinción en dos grupos de lo que denomina las pulsiones primordiales, diferenciando, por un lado, las pulsiones yoicas o de autoconservación y, por otro, las pulsiones sexuales, circunscribiendo a estas últimas la indagación que desarrolla acerca de los destinos de la pulsión. Identifica cuatro destinos posibles de la pulsión: El trastorno hacia lo contrario; la vuelta hacia la persona propia; la represión y la sublimación.
El trastorno hacia lo contrario se resuelve en dos procesos de naturaleza diversa: la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad (sadismo-masoquismo y placer de ver-exhibición) y el trastorno en cuanto al contenido. Nos interesa para nuestro cometido, lo desarrollado por Freud respecto a este destino de pulsión, y en particular, la última deriva citada, el trastorno en cuanto al contenido.
Afirma Freud, que el trastorno en cuanto al contenido se descubre en este único caso: la mudanza del amor en odio. Y señala lo habitual que resulta que ambos, amor y odio, se presenten dirigidos simultáneamente al mismo objeto, mostrando dicha coexistencia un significativo ejemplo de ambivalencia de sentimientos.
El interés particular del caso del amor y el odio reside en la refractariedad a ordenarse dentro de la exposición de las pulsiones. Y es que, si bien no cabe duda de que el vínculo más íntimo une estos dos sentimientos opuestos con la vida sexual, Freud se muestra reacio a concebir el amar como si fuera una pulsión parcial de la sexualidad entre otras y no la expresión de la aspiración sexual como un todo.
Siguiendo con este desarrollo, Freud señala en este momento, que el amar no es susceptible de una sola oposición, sino de tres. Además de la oposición amar-odiar, hay la que media entre amar y ser-amado y, por otra parte, amar y odiar tomados en conjunto se contraponen al estado de indiferencia.
Apunta, que una vía para acercarse a la comprensión de los múltiples contrarios del amar es la consideración de que la vida anímica en general está gobernada por tres polaridades, las oposiciones entre:
– Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior) <>
– Placer-Displacer <>
– Activo-Pasivo <>
La oposición entre yo y no-yo (afuera), o sea, sujeto-objeto, se impone tempranamente al individuo, por la experiencia de que puede acallar los estímulos exteriores mediante su acción muscular (huida), pero está indefenso frente a los estímulos pulsionales (puesto que su fuente está en el interior del organismo no hay huida posible). En este momento, habla Freud del yo-realidad inicial.
La polaridad placer-displacer ha de entenderse desde el supuesto de que la actividad del aparato psíquico está sometida al principio de placer, es decir, es regulada de manera automática por sensaciones de la serie placer-displacer (el sentimiento de displacer tiene que ver con un incremento del estímulo, y el de placer con su disminución). El principio de placer supondría una modificación del principio de constancia, es decir, de aquel que apoya la hipótesis de que el aparato anímico se afana por mantener lo más baja posible, o al menos, constante, la cantidad de excitación (estímulo) presente en él.
En cuanto a la oposición activo-pasivo podría decirse que el yo-sujeto es pasivo hacia los estímulos exteriores (los recibe desde el mundo exterior), y activo por sus pulsiones propias (que exigen modificar el mundo exterior para satisfacer a la fuente interior de estímulo).
Al comienzo de la vida anímica, el yo se encuentra en el estado narcisista primordial, investido por pulsiones que, de forma autoerótica, es capaz de satisfacer en parte. En este tiempo el yo-sujeto coincide con lo placentero y el mundo exterior, con lo indiferente (y eventualmente, en cuanto fuente de estímulos, con lo displacentero). Se ilustra en este punto una de las tres oposiciones del amar, puesto que el sujeto sólo se ama a sí mismo y es indiferente al mundo.
En la medida en que es autoerótico, el yo no necesita del mundo exterior, pero recibe de él objetos a consecuencia de las vivencias derivadas de las pulsiones de autoconservación del yo, y por tanto no puede menos que sentir por un tiempo como displacenteros ciertos estímulos pulsionales interiores. Ahora bien, bajo el imperio del principio del placer, va a recoger en su interior los objetos ofrecidos en la medida en que son fuente de placer, es decir, los introyecta y, por otra parte, expele de sí lo que en su propia interioridad es ocasión de displacer mediante el mecanismo de la proyección. Asistimos en este momento a la mudanza del yo-realidad inicial en un yo-placer.
Se despliega en este punto también una segunda antítesis del amar: el odiar. El mundo exterior hostil, proveedor de estímulos, es el que aporta el objeto al yo, un objeto que pasa de ser lo exterior, lo odiado, a ser objeto amado si es que se revela como fuente de placer, de manera que es incorporado al yo. Esta oposición, amor-odio, reproduce la polaridad placer-displacer. Luego que la etapa puramente narcisista es relevada por la etapa de objeto, placer y displacer significan relaciones del yo con el objeto. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, lo amamos, aparece la -atracción- hacia el objeto y lo incorporamos. A la inversa, cuando el objeto es fuente de sensaciones de displacer, lo odiamos, aparece la -repulsión- del objeto y huimos de él, o incluso aparece el propósito de aniquilarlo si el citado odio se acrecenta.
Freud termina el artículo realizando un resumen de la historia de la génesis y de los vínculos del amor y del odio que permite comprender que tan a menudo se muestren -ambivalentes-. En cuanto al amor, señala que se enlaza íntimamente con el quehacer de las posteriores pulsiones sexuales y coincide, cuando la síntesis de ellas se ha cumplido, con la aspiración sexual total. Etapas previas del amar se presentan como metas sexuales provisionales. La primera de estas etapas corresponde al incorporar o devorar, una modalidad de amor ambivalente que suprime la existencia del objeto como algo separado. La siguiente etapa previa del amor, la de la organización pregenital sádico-anal, es apenas diferenciable del odio, puesto que el intento de alcanzar el objeto se presenta bajo la forma del esfuerzo de apoderamiento, aunque ello supusiese el daño o la aniquilación del objeto. Sólo cuando aparece la organización genital el amor deviene el opuesto del odio.
Cuando el vínculo de amor con un objeto determinado se interrumpe, no es raro que lo remplace el odio, que tiene motivación real y que es reforzado por la regresión del amar a la etapa sádica previa, de suerte que el odiar cobra un carácter erótico y se garantiza la continuidad de un vínculo de amor.
La tercera oposición en que se encuentra el amar, la mudanza del amar en un ser-amado, responde a la injerencia de la polaridad entre actividad y pasividad que Freud ya había desarrollado anteriormente en este artículo a propósito de los casos de la pulsión de ver y del sadismo.
* Trabajo presentado en la clase del 16 de abril de 2016 del Seminario del Campo Freudiano de Bilbao, Curso 2015 – 2016, dedicado al Seminario 6 de Jacques Lacan