Esther González*

 

Se trata del capítulo XVIII del Seminario “El Otro que no existe y sus comités de ética” de Jacques Alain Miller en colaboración con Eric Laurent. Publicado en 2006 y como nos recuerda Graciela Brodsky en una nota al comienzo del libro, fue dictado en el espacio anual de La orientación lacaniana que Miller dicta desde 1981.

En el comienzo del capítulo, en el primer párrafo, Miller ya anuncia lo que va a intentar construir, que el síntoma tiene una doble relación: por un lado, con la pulsión y por otro con lo que Lacan llamó el Otro. Se obtiene así un nuevo enfoque de lo que llamamos objeto a.

En el síntoma está lo que cambia y lo que no cambia. Nos topamos con nuevos síntomas, nuevos fantasmas, pero hasta ahora no hay nueva pulsión.

El Otro, de quien el síntoma es mensaje, incluye el campo de la cultura lo que determina la historicidad del síntoma. El síntoma depende del que lo escucha, del que le habla, del que habla.

Nos encontramos entonces con síntomas de moda: la depresión, su pareja el estrés, la anorexia, la bulimia, las toxicomanías…es interesante como en el texto Miller los va ubicando en el registro de la alienación y la separación y por lo tanto en relación al objeto a.

Decimos síntoma cuando algo no va bien, nuestro punto de vista sobre el síntoma es considerarlo un disfuncionamiento, disfuncionamiento que solo es sintomático respecto del ideal. Cuando dejamos de ubicarlo respecto del ideal ¡es un funcionamiento!

Entonces no interesa, nos dice Miller, alentar al sujeto en su invención sintomática, lo que Lacan llamaba alimentar el síntoma. Lo que nos interesa del síntoma es que está relacionado con el plus de gozar y en esta vertiente su fórmula es cerrada, tipo autista.

Hay una parte constante del síntoma, que es su lazo pulsional y otra variable, que es su inscripción en el campo del Otro. Para estar bien orientado respecto del síntoma hay que guiarse por la disyunción que se establece entre las pulsiones y el Otro sexual.

Freud negaba esta disyunción al plantear la existencia de pulsión genital, es decir, una pulsión que se satisface en la relación sexual con el Otro, lo que le permite a Freud presentarnos un desarrollo pulsional.

Y en este punto interviene Lacan formulando “no hay pulsión genital, se trata de una ficción freudiana, como las pulsiones en general, pero que no funciona, no corresponde”

Que haya una disyunción entre la pulsión y el Otro, evidencia el estatuto autoerótico de la pulsión, es decir, las pulsiones afectan el cuerpo propio y se satisfacen en este.

Y el lugar de este goce es el cuerpo del Uno, lo que vuelve siempre problemático el estatuto del goce Otro y de su cuerpo; aunque es posible decir que el cuerpo del Uno está marcado por el Otro, está significantizado… desde el punto de vista del goce, el lugar propio del goce es el cuerpo del Uno.

En el “cada uno para sí” pulsional no hay lugar para el “todos”; la horrible soledad del goce se evidencia en la dimensión autística del síntoma. Hay algo del síntoma que separa del campo del Otro.

Entonces, las pulsiones están del lado del Uno y por otra parte está el lado del Otro; del lado del campo del Otro se organiza, de manera disyunta, la relación con el Otro sexual.

Esta organización depende de la cultura como espacio donde se inventan los semblantes, modos de gozar. Se trata de semblantes que no reemplazan lo real que falta, pero consiguen engañarlo.

La disyunción entre las pulsiones y el Otro es la no relación sexual, lo que significa que la pulsión está programada, mientras que la relación sexual no lo está. Esta disyunción es coherente con que la especie humana hable; el lenguaje se establece en esa brecha misma, lo que explica por qué la lengua que hablamos es inestable, está siempre en evolución. Se teje de malentendidos precisamente porque no va a la par de la no relación sexual.

Ahora bien, aunque no haya pulsión sexual, hay que suponer un goce no autoerótico en la medida en que lo que pasa en el campo del Otro incide en las condiciones del goce pulsional. Hace falta entonces, la intersección que Lacan define ubicando el a en esa zona.

Cuando hablamos del placer o de la pulsión, los anudamos al objeto perdido; no es posible utilizar estos conceptos sin deslizar de una manera u otra el objeto perdido que hay que ir a buscar en el Otro. Esta es la doble cara del objeto a: es a la vez lo que falta a la pulsión autoerótica y lo que debe buscarse en el Otro.

Por último, Miller habla de la significación de la castración; la ubica del lado del Otro donde hay como “mandíbulas”, es el término que utiliza, que atrapan parte de este goce autista.

La verdad de la castración es que hay que pasar por el Otro y cederle goce. Entonces, a es esa parte del goce, ese plus de goce atrapado por los artificios sociales, entre ellos la lengua, que a veces son muy resistentes y a veces pueden desgastarse.

Cuando el semblante social no alcanza, cuando los síntomas como modo de gozar que la cultura nos ofrece no bastan, en esos intersticios hay lugar para los síntomas individuales que, sin embargo, son de la misma esencia que los sociales. Se trata en todos los casos de aparatos para rodear y situar el plus de gozar.

De este modo, podemos pensar el síntoma como una prótesis, un aparato del plus de gozar.

En el Seminario 11 Lacan formula la pulsión a partir del “hacerse ver” “hacerse escuchar” “hacerse chupar o comer”.

Para Freud las pulsiones responden a una lógica o una gramática actividad-pasividad: ver-ser visto, pegar-ser pegado; las ubica en una lógica a-a’.

Lacan le corrige para mostrar que el campo pulsional responde a una lógica completamente distinta y ubica el movimiento circular de la pulsión, donde el cuerpo propio está al principio y al final del circuito pulsional; sus zonas erógenas son la fuente de la pulsión y también el lugar donde se cumple la satisfacción, el lugar del goce fundamental, del goce autoerótico de la pulsión.

Este cambio que introduce Lacan con el “hacerse” y el circuito circular muestra que la pulsión es siempre activa y que, a diferencia de lo que plantea Freud, su forma pasiva es ilusoria; la fase pasiva de la pulsión es la continuación de la fase activa.

Lo fundamental de esta disimetría de la pulsión es que el Otro no es el doble del yo, sino el gran Otro y que en el movimiento circular de la pulsión el sujeto alcanza la dimensión del Otro: se establece así la intersección entre el campo pulsional y el campo de Otro. No se alcanza al Otro en el nivel del espejo, sino en el de la pulsión.

Lo esencial del S. 11 es que la pulsión introduce al Otro, tesis que encontramos en la tercera parte del capítulo XV; la pulsión considerada de este modo es un llamado a algo que está en el Otro. Lacan lo denominó objeto a porque redujo la libido a la función del objeto perdido; la pulsión buscará en el Otro el objeto que se separó de ella.

El seno o las heces no son el objeto a sino solo sus representantes, sus semblantes. De modo que la satisfacción en juego está en el bucle de la pulsión; la pulsión oral no es la boca que engulle, sino la que se besaría a si misma; se trata más bien de la contracción muscular de la boca. Por eso están en la pulsión oral tanto el fumador como el que come.

La paradoja es que se trata de un circuito autoerótico que solo se riza por medio del objeto y del Otro. En un sentido es un autoerotismo y en otro, un heterotismo. El objeto a no es una sustancia sino un hueco, un vacío topológico; puede representarse con sustancias y objetos, pero al materializarse es sólo semblante.

Desde esta perspectiva la pulsión empuja al campo del Otro, donde encuentra los semblantes necesarios para mantener su autoerotismo.

El analista también es un semblante de objeto, porque representa el objeto a y toda representación material de dicho objeto es un semblante.


* Referencia presentada en la clase del 13 de marzo de 2021 de la Antena Clínica de Bilbao, Curso 2020 – 2021, dedicado al Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan) dictada por Graciela Brodsky y dedicada a las lecciones 13, 14 y 15 del Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, de Jacques Lacan