(Referencia de «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud», en Escritos 1 , de Jacques Lacan)
Iñigo Martínez*
En la historia de la lingüística se acostumbra a señalar dos periodos: el anterior y el posterior a Saussure. Estarían entonces los lingüistas pre-sausserianos y los post-sauserianos: Saussure como el Sócrates de la lingüística, dividiendo las aguas.
El libro en el que se condensan las principales ideas de Saussure -nacido en 1857- es resultado de una edición póstuma que dos de sus alumnos (Charles Bally y Albert Sechehave) publicaron basándose en los apuntes tomados por ellos y por otros compañeros de clase. Titulado Curso de lingüística general, se trata de los tres cursos académicos que Saussure impartió en la Universidad de Ginebra -su ciudad natal- entre 1907 y 19011. Tras la muerte del maestro en 1913 los alumnos esperaban encontrar entre sus manuscritos aquellas lecciones geniales… pero “nuestra decepción fue grande, no encontramos casi nada que se correspondiera con nuestros cuadernos. Saussure iba destruyendo los borradores provisionales en los que día a día trazaba el esquema de su exposición”. Era uno de esos hombres que se renuevan sin cesar, su pensamiento evolucionaba en todas la direcciones.” Como apunta Lacan: una enseñanza digna de ese nombre, es decir, que no puede ser detenida sino en su propio movimiento.
En 1957 Robert Godel, tras añadir un conjunto de notas inéditas, publica una reedición del curso de lingüística general, reedición que coincide con la “La instancia de la letra”, escrita año después.
Tras esta breve contextualización, vamos al tema: El giro fundamental introducido por Saussure, es que el signo lingüístico no puede explicarse por razones extralingüísticas. No es que en un momento determinado aparecieran delante del ser humano una serie de objetos y este procediera a nombrarlos, mediante una nomenclatura, un listado. Contra las apariencias que presenta el papel imputado al dedo índice que señala un objeto, dice Lacan.
Objetos-Cosas (bien en la realidad, o bien en la imagen psíquica) vs Nombres-Palabras (vocal)
Esta concepción supone 2 errores. 1) Ideas que preexisten a las palabras (algo así como el Crátilo de Platon), 2) Objetos que preexisten al lenguaje y que luego serían atrapados por él. Pero, en ambos casos, ¡los objetos designados no forman parte de la lengua!
Sin embargo, el signo lingüístico sólo puede definirse a través de su relación con otros signos, no con las cosas. Es una relación de oposición entre elementos. Vamos, que A es A porque no es ni B ni C. B es B porque no es ni A ni C… Un sistema de relaciones -Saussure no usa la palabra estructura sino sistema-. La lección a la que nos referimos la tituló en un principio “La naturaleza el signo lingüístico” y 15 días después cambió el título por “La lengua como sistema de signos”.
Entonces, el signo lingüístico une -no una cosa y un nombre- sino un concepto y una imagen acústica. Es una entidad psíquica de dos caras. No tiene que ver con el aspecto fonador.
Con imagen acústica remarca que: no es el sonido, sino su representación psíquica (sin mover los labios ni la lengua podemos hablarnos a nosotros mismo o recitarnos mentalmente un poema, dice). No es la palabra hablada sino la realización de la imagen interior en el discurso.
Sin embargo, después de esta explicación propone reemplazar concepto e imagen acústica por significado y significante. Y conservar la palabra signo para designar la totalidad.
Significante y significado tienen la ventaja de ser nombres que se implican recíprocamente al tiempo que se oponen, señalan la oposición que los separa. En cuanto a signo -dice- si nos contentamos con ese término es porque, al no sugerirnos la lengua usual ningún otro, no sabemos por cual reemplazarlo. Me pregunto entonces si es ahí que Lacan luego lo denomina algoritmo.
Continuando con Saussure: ahí quien ha empleado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico -lo que nosotros llamamos significante-. Pero tiene un inconveniente: lo característico del símbolo es no ser nunca completamente arbitrario. Pone como ejemplo el símbolo de la justicia, la balanza.
Plantea así los dos principios que se deducen del signo lingüístico: la arbitrariedad y el carácter lineal del significante.
Del primero nos dice que el lazo que une el significante al significado es arbitrario y, aunque todo el mundo lo reconoce, es más fácil descubrir una verdad que asignarle el lugar que le corresponde. De hecho los estoicos y San Agustín ya habían anunciado la diferencia, pero no desarrollaron las consecuencias que esto implicaba. Y las consecuencias son innumerables y sólo se las descubre tras muchas vueltas, dice Saussure. ¡En las vueltas y consecuencias que Saussure esperaba que alguien le diese a este principio quien mejor que Lacan! El primer aviso que da Saussure es: no entender por arbitrario que el significante dependa de la libre elección del sujeto que habla. No está en manos del sujeto cambiar nada de un signo una vez establecido esté en el grupo lingüístico. El signo no es libre, es impuesto. Un individuo no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra. Entonces la arbitrariedad es en relación al significado, con el que no tiene ningún vínculo en la realidad. Es inmotivado, caprichoso. Podría ser cualquier otro pero es ese. Una objeción posible: ¿Pueden las onomatopeyas o las exclamaciones contradecir este principio? No, y da varios ejemplos. Añado uno de euskaltegi: los cerdos (txerriak) dicen kurrin-kurrin en euskera pero oink-oink en inglés. Nos se trata por tanto del mero sonido del animal.
El segundo principio es el del carácter lineal del significante, que, por ser de naturaleza auditiva, se desarrollará sólo en el tiempo. Su extensión es mesurable en una sola dirección: es una línea, la línea del tiempo. Sus elementos fonemáticos se presentan uno tras otro, formando una cadena. Este carácter aparece inmediatamente claro cuando se representa mediante la escritura y se substituye la sucesión en el tiempo por la línea espacial.
El capítulo 2, titulado “Inmutabilidad y mutabilidad del signo” extrae nuevas consecuencias de estos principios:
Que la lengua nos preexiste y el factor histórico de la transmisión la domina por entero. Decimos ‘hombre’ y ‘perro’ porque alguien antes que nosotros ha dicho ‘hombre’ y ‘perro’.
Que, sin embargo, la cuestión del origen del lenguaje no es ni siquiera una cuestión que haya que plantear en lingüística.
Que los signos lingüísticos son innumerables, no encierran un número limitado de elementos.
¿Por qué puede hablarse tanto de mutabilidad como de inmutabilidad del signo lingüístico? ¿Qué desplazamientos y alteraciones sufre la relación entre significante y significado? Nadie puede cambiar nada en la lengua, pero al cabo de cierto tiempo se pueden comprobar desplazamientos. El tiempo altera todo, dice Saussure, no hay razón para que la lengua escape a esta ley universal.
* Trabajo presentado en la clase del 15 de diciembre de 2018 de la Antena Clínica de Bilbao, Curso 2018 – 2019, dedicado a «La letra en el inconsciente» en «El Seminario sobre «La carta robada»», «La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud» y «Lituratierra», de Jacques Lacan