Iñigo Martínez*
Texto
“Cuando una distinta formación colectiva sustituye a la religiosa, como ahora parece conseguirlo la socialista, surgirá contra los que permanezcan fuera de ella la misma intolerancia que caracterizaba las luchas religiosas, y si las diferencias existentes entre las concepciones científicas pudiesen adquirir a los ojos de las multitudes una igual importancia, veríamos producirse por las mismas razones igual resultado”
(Sigmund Freud: Psicología de masas…; Alianza, Madrid 2001, p, 37)
Psicoanálisis y socialismo
El párrafo se sitúa en el capítulo cinco de Psicología de masas titulado “Dos masas artificiales: la iglesia y el ejército”. Freud analiza aquí el funcionamiento de dos masas altamente organizadas y duraderas, observando el papel que en ellas ejerce 1) el mismo amor del líder hacia todos sus miembros; 2) la doble identificación (horizontal y vertical) que de ese amor se desprende; y 3) la dureza y crueldad hacia aquellos que no forman parte de la misma.
Se trata entonces de la morfología de la masa, de su arquitectura interna, independientemente del contenido ideológico que en dicha masa se predique. De esta manera Freud nos avisa de que cualquier formación colectiva puede adquirir estas formas (formas religioso-militares en su ejemplo) revestidas de los más diversos ropajes políticos –o incluso científicos-.
Esta predicción freudiana fue sin duda el rumbo que tomaron las doctrinas socialistas cuando Su Revolución triunfó y pasaron a la posición -en algunos Estados- del discurso del Amo.
En Estados no-socialistas sin embargo, hubo múltiples intentos de casar el socialismo con el psicoanálisis; intentos a que grosso modo se englobaron en el llamado freudomarxismo (1). Representantes de esta corriente (sin entrar en sus diversos enfoques, sino tratando de subrayar los puntos en común) son los filósofos de la Escuela de Francfort, y en particular Max Horkheimer (1895-1973) que pese a criticar el pesimismo freudiano, incompatible a su juicio con las esperanzas revolucionarias suscitadas por el marxismo, trato de vincular sus conceptos a la crítica social. Otros nombres de esta corriente son Otto Fenichel o Marie Langer (representantes de una izquierda freudiana marxista y socialdemócrata) pasando por Joseph Wortis, o Herbert Marcuse (que reactivó el debate a mediados de la década de 1960).
El primero en pensar un diálogo entre psicoanálisis y marxismo fue Willem Reich. Este dialogo para él era -no solo posible- sino necesario e inseparable: ambos tienen una acción liberadora común (2): Liberación sexual de mano del psicoanálisis, y liberación social mediante el marxismo.
Su proyecto trataba de alcanzar un conocimiento «completo» de la condición humana, donde el marxismo cubriría el estudio de los fenómenos sociales y el psicoanálisis el de los fenómenos individuales. Una ciencia que cubriera ambos aspectos sería, en ese sentido, exhaustiva y completa.
Este ese el punto más en común de los llamados freudomarxistas: ambos tratan la liberación humana en el paradigma de La Revolución. La primera apunta a liberar al sujeto mediante la exploración singular de su inconsciente, y la segunda, a cambiar la sociedad a través de la lucha colectiva, tomando en cuenta los trastornos generados por el movimiento de la economía.
Tratarían así de unir la idea de la represión individual con la de la represión social, y levantar ambos diques para alcanzar un vida más plena… ¿Un paraiso personal junto a un paraiso comunista? ¿Tal vez “Un mundo feliz”?
¿Cómo entender la represión?
Por lo tanto, el debate clave para poder articular -más o menos choerentemente- este diálogo entre psicoanalisis-marxismo radica en la manera de entender la represión. ¿Son acaso del mismo orden la represión política y la represión psíquica? ¿Cual es primera y cual es posterior, si es que pueden pensarse cronológicamente? ¿Es la represión sexual (que supuestamente impera en la sociedad) la causante del malestar, de la infelicidad reinante? ¿Cómo sería una sociedad con el mínimo de represión?. “En tal caso podriamos plantear la cura análitica como un dar rienda suelta a la libertad de la pulsión –o al menos lograr una mayor permisividad- para ella, cosa que tal vez no excluye la necesidad de cambiar ciertas normas sociales…
Visto sin embargo desde hoy en día, parecen coincidir paradójicamente el enfoque freudomarxista de las reivindicaciones de mayo del 68 con la libertad que el Amo Mercado del discurso capitalista propone al consumidor-telespectador, o bien con la movilidad de la nueva sociedad líquida que destripa Bauman.
¿Cómo reorientar entonces este debate?
Jacques-Alain Miller le plantea a Lacan esta pregunta en la entrevista concedida en Televisón: “Hay un rumor que canta: si se goza tan mal es que hay represión del sexo, y la culpa es primeramente de la familia, segundo de la sociedad y particularmente del capitalismo.” Su respuesta es: “Freud no dijo que la represión psiquica (refolument) proviene de la represión política (supresión-repression) y que la castración sea debida a que papá sentencie al chiquilín que se toquetea el pitito con “si empiezas de nuevo seguro que te lo cortarán”. No se trataría de una evolución espontanea y satisfacctoria de la sexualidad que luego es reprimida por el Padre real, encarnador de la Autoridad social Toda.
Tal vez Freud partió de ahí –continua Lacan- pero a medida que avanzaba en sus investigaciones, se inclinó más hacia la idea de que la represión psíquica era primera: esta sería la báscula de su segunda tópica, en la que ya no lo acompañan los posfreudianos freudomarxistas, que mantienen la idea de que es una prohibición exterior la causante del malestar: “Prohibido prohibir” Serían en cierta medida entonces más pre- que post freudianos, si no fuese por esa manía segun la cual para superar cualquier pensamiento simplemente se tiene que dejar correr el calendario y olvidar los escritos del pensador en cuestión.
Aunque no hay duda de que al principio de los escritos de Freud, el ideal victoriano condicionaba lo que él consideraba la realidad exterior, que a su entender censuraba la realización de la libido.
Jacques-Alain Miller aclara en su seminario El Otro que no existe y sus comites de ética que muchos se detuvieron en esto y pensaron que la elección freudiana consistía en ocuparse de reformar la realidad exterior de su época, para que fuese más acogedora a la exigencia de la líbido. Pero él fue mucho más halla que culpabilizar por la neurosis al ideal victoriano, puesto que bajo el veto externo aisló una instancia psíquica que propiamente dice “no”. Constató lo que llamo la Versung, que se tradujo por fustración y que es la pareja interna de ese veto externo.
La Versung es por tanto un decir “no” interno, psiquico, que le permitió interpretar la constancia de los accidentes que referian los neuróticos: la amenaza de castración, la observación del coito de los padres, el episodio de seducción. No es tanto que haya puesto en duda su veracidad, sino que a partir de esto dedujo la existencia de otra realidad, que llamo psíquica (en este caso la de los fantasmas); remitio estos tres accidentes al fantasma y estos tres fantasmas, a la matriz del Edipo, capaz de dar cuenta de la castración del goce. No se trataría entonces tanto en el análisis de una busqueda encarnizada (equivocada) del real de los hechos, sino de la vivencias psíquicas del sujeto.
Así modificó Freud su tópica a partir de la pregunta: ¿qué dice no a la pulsión?, que no es solamente un veto de la realidad exterior. Con esta pregunta invento el superyó, instancia psíquica trasindividual.
Después –sigo con Miller- apareció Lacan e inscribió el superyó en el rango de los avatares pulsionales, lo convirtió en una instancia pulsional, un disfraz metonímico de la pulsión con la máscara de la antipulsión. Así restituyó el enunciado fundamental de este superyó como un imperativo pulsional: ¡Goza!
Y esa gula con que denota el superyó –dice ahora Lacan en Televisión- no es efecto de la civilización sino “malestar” (sintoma) en la civilización. Hay que volver entonces sobre la prueba de que sea la represión la que produce la supresión. ¿Por qué la familia, la sociedad misma, no serían ellas creación a edificarse sobre la represión? Nada puede elimar la maldición sobre el sexo que Freud evoca en su “Malestar”. Ese fastidio, esa pesadumbre, la denuncian los jovenes que se entregan al sexo sin supresión (digamos sin represión política). Ustedes dieron en el izquierdismo pero no en el sexo-izquierdismo (…) y este no hace más que duplicar la maldición sobre el sexo. Así que aun si los recursos de la supresión familiar no fueran verdaderos, habría que inventarlos, y de ello no nos privamos.
En definitiva, si durante mucho tiempo se pensó que el “no” a la libido provenía de los pronunciamientos de la realidad exterior hoy resulta dificil sostener esta tesis…ya que tenemos más bien una realidad exterior que dice sí e incluso a cualquier cosa: Haz tus deseos realidad en el Corte Ingles: Somos especialistas en tí.
La cuestión política de esta época sería repensar por lo tanto, no la liberación de la pulsión, sino sus posibles diques en un momento de tendencia a la sobredosis. ¿Cómo pacificar el llamado al sacrificio del superyó en la sociedad de consumo?
NOTAS:
(1) Ni el campo que se reclama de Marx es homogéneo ni lo es que se reclama de Freud. Por lo tanto, en la consideración y análisis de cada uno de los intentos de freudomarxismo no debe olvidarse precisar claramente qué fracciones de cada campo son las que han intervenido en cada caso. En otros términos, hay muchas corrientes que se reclaman de Marx y que no tienen nada que ver con Marx, y lo mismo respecto de Freud. Por lo tanto, la denominación de freudomarxismo arrastra consigo todas las ambigüedades que podrían tener, respectivamente, las orientaciones de sus componentes del marxismo o del freudismo.
(2) El texto principal en cuanto a su concepción de las relaciones entre el psicoanálisis y el marxismo es su libro “Psicoanálisis y Materialismo Dialéctico”.
*Trabajo presentado en el Seminario de Fundamentos del Curso 2008-2009