Brais Pereira

Presentación del libro ¿Bienvenido metaverso? Presencia, cuerpo y avatares en la era digital de José Ramón Ubieto y Liliana Arroyo Moliner

 

 

 

Muchas gracias a los organizadores de este evento por invitarme a participar. Estoy muy contento de estar aquí. Gracias en especial, a la librería Louise Michel por acoger esta presentación.

Me detengo en el título del libro ¿Bienvenidos al Metaverso? No estamos ante una afirmación, ni mucho menos una exclamación, estamos ante una pregunta. Una pregunta cuyas respuestas se desarrollan a lo largo de los capítulos. Que nos hace intuir desde el inicio que se trata de una cuestión que se debe problematizar, atender a sus diferentes variables y detenerse en las vacilaciones ante lo nuevo que se nos expone y que ya nos alcanza. ¿Por qué Metaverso? El libro trata mucho más que de esta realidad todavía muy precaria y de la que muy pocos estamos familiarizados. Sin embargo, es un futuro al que apunta los desarrollos tecnológicos actuales. Un futuro de una experiencia inmersiva en una realidad virtual donde se reduplicará la experiencia cotidiana sin poner en juego el cuerpo, pero con el horizonte de que allí estén presentes, con cada vez más nitidez sus sensaciones y sus percepciones.

Se desarrolla en las páginas del libro que nuevas formas de relación inauguran los dispositivos tecnológicos actuales. Nuevas formas que en su mayoría son híbridas, en donde la pantalla y la conectividad disociada del cuerpo, fuerzan a nuevos códigos de comunicación y de relación. Fuerzan, por un lado, permiten un agenciamiento particular por otro, se sostiene en el texto.

Al título, acompaña una estampa. Se trata de dos personas que se abrazan, cada una de ellas con un dispositivo que les cubre los ojos y la frente, que nos hace figurar que donde está el cuerpo no está la escena. Imagino al menos dos combinatorias de la escena. En una, los dos personajes están viendo lo mismo en sus respectivos dispositivos. Están asistiendo al mismo concierto, por ejemplo, retransmitido en el Metaverso. El abrazo corresponde a que están escuchando, acaso, una canción que marcó un pasaje de su vida compartida. En la otra combinación, cada uno de ellos está ante una escena distinta. Quizá ninguno sepa lo que está viendo el otro, y el cuerpo a cuerpo que mantienen viene a cubrir la soledad real ante la experiencia. Esta última posibilidad bien puede valer, a mi entender, como metáfora de todo encuentro. Todo el mundo está, de alguna manera, en su mundo. Incluso si imaginamos una situación con pretensiones de objetividad compartida, la subjetividad singular abre un espacio. En el abrazo de despedida entre dos amigos puede haber una tremenda discordancia. En ese gesto, cada uno solo puede creer saber lo que recibe, y solo puede creer saber lo que da. Y nada les asegura estar en lo cierto.

Estas nuevas tecnologías permiten nuevas formas de presencia, elidiendo el cuerpo. Se puede separar la mirada mediante la pantalla y la voz mediante los auriculares, de la presencia física. Se anuncian aparatos para dotar de olor y tacto nuevas formas de estar con el otro, a distancia. Esta disociación, junto a la facilidad de conexión-desconexión libera de cierto compromiso con la comunidad digital. Nos libera de algunas incomodidades de las relaciones tradicionales e introducen nuevas dificultades en el lazo.

En las formas actuales hay un predominio de la pantalla que facilita la ilusión de un conocimiento del otro bajo el régimen de la imagen. Lo imaginario, dominado por lo visual, adquiere un gran poder de captura en la experiencia, pero es a la vez muy precaria e inestable. Basta un desajuste, una mancha, para que esta se rompa y sea muy difícil restituirla. De ahí que se hable de una nueva e inflamada egolatría y de una fragilidad del yo creciente.

A diferencia del encuentro mediado por la pantalla, en el encuentro entre dos cuerpos hay algo que es incalculable. Este aspecto incalculable es el que no alcanza el lenguaje a poder describir. La propia condición de seres hablantes, que nos distinguen del resto de especies, propicia paradójicamente, que haya siempre algo que nos sea imposible de decir. Y es quizá este elemento el que nos empuja, el que nos motiva a no dejar de intentar hacerlo. Y es quizá, también por eso, que no nos callemos, como se suele decir, ni debajo del agua.

El encuentro digital, por el contrario, trata de domesticar este hecho incalculable, de hacerlo predecible, de proporcionar certezas, o, en todo caso, de ofrecer a cada incomodidad una escapatoria. Esta es su promesa.

Por otro lado, el libro es escéptico en cuanto a la neutralidad de la tecnología. Por una parte, cada uno siempre tiene la oportunidad, si se dan las condiciones, de hacer un uso particular y en su beneficio de estas herramientas. Pero las empresas dedican enormes cantidades de dinero para imponer un régimen de uso. Como apunta la periodista e investigadora de este campo Marta Peirano, se genera la ilusión de control de cada usuario, apoyados en los conocimientos de las neurociencias y el condicionamiento, para llevar al límite nuevas formas de consumo “el usuario cree que accede a un contenido porque es de su interés, pero en realidad está atrapado en el mecanismo”. O sea, el supuesto objeto de deseo no es más que el señuelo que nos introduce en un circuito diseñado para que pasemos el mayor tiempo posible en él, para que le dediquemos la mayor atención. El fundador de Netflix, Reed Hasting, ha declaro “En realidad competimos con el sueño ¡Y estamos ganando!” Exclama. Las empresas no compiten solamente entre ellas, sino que compiten con la vida. Su objetivo es llevar al sujeto hasta un consumo agotador. Llevarlos hasta el límite de la vida para poder extraer los mayores beneficios. Y aún muertos, como se señala en este libro, se empiezan a poner a disposición de los familiares, aquellos que aún no han desfallecido, algoritmos que recogen toda la información disponible que la persona ha depositado en la red para poder generar réplicas lo más vividas posibles.

El furor por la recopilación de datos no es ajeno la psicología. En un reciente escrito, el psicoanalista Jacques Alain Miller incide en la distinción entre individuo y sujeto. El individuo es aquello designado por sus propiedades, cualidades y atributos. Sería aquello que los instrumentos de medida pretenden evaluar mediante herramientas psicométricas, que cada vez abundan más en psicología, con las que se pretende objetivar nuevos diagnósticos, rasgo de personalidad y actitudes. Al pasar al discurso común estos conceptos pasan a estructurar las formas de autopercepción: tengo un poco de TOC, tengo algo de hiperactividad o tengo una Personalidad Altamente Sensible, se escucha en el discurso común.

Para ir acabando. Jon, un joven de 30 años pasa las horas jugando al WOW, un juego de rol multijugador en línea. Allí, después de un asilamiento de 3 años, empieza a establecer contactos sin la exigencia del cuerpo a cuerpo. Primero mediante la escritura, después mediante la voz. Estas conexiones le han permitido empezar a acudir al gimnasio e iniciar la formación de vínculos. Uxue adolescente de 15 años, ha abandonado la escuela por dificultades en relación a sus compañeros. Tiene episodios de pérdida del habla. Tiene una pareja en una ciudad lejana a la que conoció por internet a la que ha visto dos veces en dos años. Es la única persona por fuera de la familia con la que habla a diario, en este caso por WhatsApp. Zigor es un joven de 18 años con una única amistad. Pasa las horas en la habitación en un juego de diseño de interiores. Su interés por la estética desarrollada en esta aplicación le ha facilitado, después de dos años de aislamiento, matricularse en un grado superior de interiorismo. Son ejemplo de la práctica clínica que muestran el beneficio de un buen uso por parte del sujeto de estas experiencias y conexiones que se establecen en lo virtual, las únicas que ciertos sujetos pueden sostener en un determinado momento y que ponen un límite a un aislamiento aún más radical.